Que al verte en el pasillo me des una mirada que me hipnotice y quiera llevarte a la cama. Que me rodees con tus manos y me acaricies la vida transformándome en mi versión vulnerable.
Que al momento de irte sea una despedida de película, algo así como tus piernas rodeando mis caderas, y tus dientes mordiendo suavemente mi boca, apretándome con tus brazos hacia ti, y besándome sin posibilidad de escape.
Susurrarnos palabras que nos enciendan por dentro al escucharlas, que nos apetezca fugarnos un día a cualquier sitio, y dejemos los planes prescritos por improvisaciones que nos hagan sentir vivos y nos despierten de la rutina.
“Quédate en otoño.
Protégeme de nada.
Pide postre para dos.
Viaja conmigo para no salir de la habitación.”
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